En el capítulo 25 de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Harry y los demás planean la infiltración en Gringotts, pero su nuevo aliado puede que sea tan poco amistoso como parecía.
En el capítulo anterior, Harry estaba decidido a permitir que Voldemort se hiciera con la Varita de Sáuco y centrar sus esfuerzos en encontrar los horrocruxes, aferrándose a la pista que habían obtenido a un alto precio. Esta decisión le había dado un gran aura de firmeza. ¿Significa eso que sus dudas han desaparecido? Ni de lejos.
Ahora que no hay vuelta atrás, Harry pasa las horas preguntándose si ha hecho lo correcto. Sus amigos tienen sus posturas muy claras, como siempre; Hermione cree que ha hecho lo que debía, mientras que Ron piensa que se ha equivocado. Los dos están muy seguros, y su seguridad sólo aumenta las dudas de Harry. En todo caso, lo hecho, hecho está.
Harry se está aferrando a la idea de que sus decisiones entran dentro del plan de Dumbledore. Aunque el director ya no es el ideal del bien que una vez creyó, en el fondo no puede evitar recaer en tener a una figura adulta que le permita quitarse un poco de responsabilidad. Si Dumbledore le dejó un camino, y lo está siguiendo, su victoria podría estar garantizada. Es bonito pensar eso.
Parecería que Ron y Hermione, con sus perspectivas posiciones, no hacen más que liar a Harry, pero en realidad estar en medio de sus posturas polarizadas le permite llegar a un punto medio más moderado, que al final es lo más acertado en la mayoría de situaciones. Eso se ve muy claro en la negociación con Griphook.
El duende, aunque está agradecido a Harry y sabe que no tiene la mentalidad común en los magos que ha conocido, no es ninguna hermanita de la caridad, y se toma su tiempo antes de ofrecer su ayuda al grupo, que no será gratuita: exige la espada de Gryffindor como compensación por sus servicios. Esto da lugar a un conflicto cultural.
Ron, basándose en prejuicios adquiridos de la sociedad mágica, no confía en el duende por principio y está seguro de que quiere jugársela, lo que a su juicio justifica intentar jugársela a él. Por su parte, Hermione tiene más datos oficiales de las dificultades que han tenido los magos y los duendes a lo largo de la historia y cuando se trata de este caso en particular está más inclinada a confiar en los duendes, aunque Griphook no le caiga bien por sí mismo.
Harry, metido de nuevo en medio, valora todas las posibilidades: él no tiene ningún aprecio personal a la espada como tal; aunque le gustaría creer que Godric Gryffindor no la robó, para él es un precio aceptable a cambio de la destrucción de otro horrocrux. El problema es que sin ella no tienen forma de destruir los horrocruxes, y aunque pudieran usarla para destruir el que hay en Gringotts antes de dársela aún quedaría otro más.
Su solución, engañar a Griphook y no darle la espada hasta que ya no la necesiten, es arriesgada y poco ética, quizá hasta cobarde, pues no plantea qué hacer en el momento en que Griphook exija lo prometido. No puede salir bien, y después de la charla con Bill eso resulta bastante evidente.
Para terminar quiero hablar un poco de la vida en El Refugio, que al fin y al cabo es lo que da nombre al capítulo. Aunque Bill siempre ha destacado por ser el más responsable de los hermanos Weasley, ahora que le vemos en su propia casa casi parece otro Arthur, con el efecto de que Fleur casi parece otra Molly. No estoy seguro de que me guste eso, pero existen los suficientes matices para que no parezca que están en la Madriguera.
Por supuesto, la mejor parte es la reaparición de Lupin, que ahora es padre, y que en absoluto está enfadado con Harry. Más bien al contrario, se ha dado cuenta de que su antiguo alumno le ha dado una lección de valentía, y es gracias a él que ha vuelto con su familia. La decisión de hacerle padrino es sin duda merecida.
Las buenas noticias nunca vienen de más entre tanto mal augurio.
Observaciones y curiosidades:
- Si queréis más información sobre la espada de Gryffindor y su conflicto de posesión, consultad este enlace.
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