En el capítulo 18 de Harry Potter y las Reliquias de su Muerte, Harry busca respuestas en el libro de Rita Skeeter, pero no son precisamente las que esperaba.
Harry está machacado. La única pista que parecía quedarle sólo le ha dado más dolor físico y emocional, le ha entregado a su enemigo la pista que necesitaba y el precio ha sido alto; su varita ha quedado inutilizada.
Desde su anterior encuentro con Voldemort en la salida de Privet Drive, Harry se había aferrado en parte a la acción que su varita cometió por su cuenta, a que su némesis no podía atacarle directamente debido a los núcleos gemelos, al igual que se había aferrado al Valle de Godric como el lugar al que acudir cuando nada más funcionara. Ahora no le queda nada, y nunca se ha sentido más necesitado.
Probablemente no estuviera en las mejores condiciones para leer el libro de Skeeter, pero si Hermione no hubiera querido enseñárselo habría sido peor. En cualquier caso, Harry está decidido a averiguar aquello que el director no quería que supiera, y saber al fin quién es el ladrón misterioso. Resulta todo un tanto morboso, con una especie de deseo enfermizo de conocer la intimidad del director cuando él no tuvo a bien contárselo todo en vida.
Y menuda respuesta encuentra: el ladrón es nada menos que el mago tenebroso Grindelwald, que además compartió vecindario con Dumbledore durante unos meses, y los dos formaron una fuerte amistad, quizás algo más. La relación entre Dumbledore y Grindelwald ha dado mucho de qué hablar desde este capítulo, y es una parte central de la saga de Animales fantásticos. Yo me quiero centrar en la influencia que el futuro mago tenebroso pareció ejercer sobre el joven prodigio que llegaría a ser el paragón de la bondad para muchos.
¿Cuánto de lo que menciona en su carta pensaba Dumbledore antes de conocer a Grindelwald? ¿Encontró en él a alguien en quien confiar sus verdaderos pensamientos o, por el contrario, le ocultaba sus verdaderas opiniones para no alejar a la persona de quien se había prendado? Que cada uno saque sus conclusiones. La cuestión es que Dumbledore, cuando tenía la edad que Harry tiene ahora, estaba dejando a un lado sus obligaciones morales para perseguir objetivos no tan diferentes de los de Voldemort.
Por supuesto, Harry no da crédito; que la persona en quien tanto ha confiado tuviera alguna vez esos pensamientos le hace dudar de todo lo que sabe de él. Hermione es más sabia e imparcial, y concluye que Dumbledore debió cambiar con la madurez, y lo que pensara hace tantos años no resta a todas las cosas buenas que hizo después. Tiene razón, por supuesto, pero Harry no está dispuesto a perdonarle tan fácilmente.
En realidad, lo que a Harry le molesta es que Dumbledore, tan misterioso y extraño como fue siempre, le diese a entender que le quería como un hijo o nieto, y a pesar de eso le haya dejado a su suerte en una misión casi imposible con muy pocos datos, mientras que parece ser que encontró mayor afinidad con un futuro mago tenebroso, quién sabe si también con Voldemort.
Si ya estaba deprimido, la lectura no ha ayudado a que Harry se sienta mejor. Va siendo hora de que vuelva cierto pelirrojo a mejorar las cosas.
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