En Harry Potter y el legado maldito, Albus y Scorpius llevan a cabo su nuevo plan, pero las cosas salen aún más terriblemente mal.
Comenzamos este último tramo de la primera parte con un encuentro entre Ron y Hermione, tan cambiados en esta realidad. Los dos antiguos amigos, que siguieron caminos muy diferentes a los de sus contrapartes de la línea temporal original, se miran como si no hubiera pasado el tiempo. Ambos han hecho su vida, pero les queda ese remordimiento por sus decisiones, que se denota en cada palabra. Aún se quieren, y eso no cambiará sea como sea la historia.
Harry, por su parte, ha llegado a la conclusión de que ha hecho mal en separar a su hijo de su amigo, y viaja a Hogwarts con Ginny y Draco para resolver la situación. Me alegro mucho de ver que le pida disculpas a McGonagall por su actitud, impropia de alguien con su cargo y hacia la directora de Hogwarts. Por suerte Minerva, siempre un adalid de la moralidad, no ha hecho demasiado caso de las amenazas de Harry, y usan el mapa para localizar a los amigos en cierto lugar: el baño de Myrtle la Llorona.
¿Qué hacen allí? Pues usar los baños para llegar hasta el lago y activar allí el giratiempo para acabar en la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos. Esta escena me resulta un tanto extraña, porque no entiendo la necesidad de llegar al lago desde los baños: los chicos podrían simplemente atravesar los terrenos y llegar a pie a la orilla. Sin embargo, el baño de Myrtle es un clásico de la serie, y una aparición de nuestra fantasma llorona favorita siempre es un placer.
La cosa es que Myrtle está más animada de lo que la hemos visto jamás, y no sé si tomármelo como algo bueno porque haya evolucionado como personaje o ponerme purista y quejarme de que esta no es mi Myrtle. Probablemente sea lo primero, porque tenemos referencias a la entrada a la Cámara de los Secretos, a la época en que estaba con Draco a menudo y a su aparición durante la segunda prueba del Torneo, así que parece que los autores recuerdan quién es, y también la hemos visto animada antes (sobre todo en lo referente a chicos guapos).
Albus y Scorpius la interrogan sobre su aparición en el lago durante el torneo, porque quieren saber cómo llegó hasta allí desde su baño. Myrtle, alegre como es ahora, no se corta demasiado en revelárselo, y me gusta que lo haga en parte porque quieren salvar a Cedric, aunque sea porque le parecía guapo. El lado ligón de Myrtle es algo que siempre me ha gustado (la hace muy animada), y en este libro lo tiene a raudales.
Les señala el lavabo en cuestión y los chicos se cuelan por él tras tomarse unas branquialgas; el cómo pudieron meterse en un lavabo es algo que no entiendo, y acepto cualquier explicación. El caso es que se largan antes de que Harry y los demás aparezcan allí, y la información que Myrtle les da (después de flirtear más con él y con Draco) le hace ver a que los chicos están trasteando con el tiempo. Pero ya es demasiado tarde.
En el pasado, Albus y Scorpius llegan hasta Cedric en el lago y aumentan su cuerpo para que flote como un globo (creo que el encantamiento engorgio no funciona así, pero en fin), con la intención de descalificarle y humillarle, algo que queda asegurado cuando el pobre Cedric volador se topa con unos fuegos artificiales de "Ron ama a Hermione" (¿De dónde salió eso? ¿No habíamos dicho que en esta línea temporal no salieron nunca?). Los dos amigos celebran su éxito y vuelven al presente. Pero es sólo Scorpius quien regresa.
Pronto se da cuenta de que algo ha salido terriblemente mal: Dolores Umbridge está allí, y es la directora de Hogwarts; parece ser que Voldemort ganó en la Batalla de Hogwarts y que Harry murió, por lo tanto Albus nunca nació. Al querer reparar lo que estaba mal nuestros héroes han destruido todo lo que estaba bien, y ahora Scorpius está solo para resolver esta situación.
La segunda parte promete ser terrorífica.
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