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lunes, 17 de septiembre de 2018

Capítulo 5: El guerrero caído

En el quinto capítulo de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, todos se reúnen después de la batalla. O casi todos.

La incertidumbre. El dolor de no saber lo que le ha pasado a un ser querido cuando una misión en principio rutinaria ha salido mal, el horario previsto no se ha cumplido, y lo único que se puede hacer es esperar, y rezar para que lo que llegue no sean malas noticias. Este capítulo es esto en estado puro.

Harry despierta en el salón de los Tonks, y su interés inmediato es saber de Hagrid. Está bien, afortunadamente, pues parece que el señor Tonks es bueno con los conjuros curativos. Lamentablemente, su situación les deja muy preocupados por su hija, y Harry y Hagrid tienen que irse antes de poder ofrecer demasiado consuelo. No es que tengan mucho que darles.

Cuando llegan a La Madriguera descubren que son los primeros en aparecer cuando según el plan deberían ser los terceros. La perspectiva es terrible, y no mejora cuando Lupin llega con George, al que Snape ha cortado una oreja (sin pretenderlo, tengo que decir).

Aunque es fácil usar las muertes como muestra de lo seria que es la situación, yo considero que los daños físicos y psicológicos también cuentan y mucho, y este es uno importante. Fred y George son los personajes cómicos, así que todo aquello que les haga perder la sonrisa es devastador. Lupin está afectado, sin duda.

El pobre hombre está pasando por mucho estrés, ya que se arrepiente de haberse casado con Tonks y se empeña en que no se merece ser feliz, por más que todos le digan lo contrario. Al ver a Harry actuar como su padre y ponerse en peligro por ello, tiene miedo de perderle como le perdió a él, y se enfada más de lo que debería. Lupin no está bien, y todo le va a explotar en la cara muy pronto.

Afortunadamente, todos van llegando sin demasiados problemas, aunque eso sólo rebaja un poco la tensión mientras esperan fuera a que lleguen todos. Pero eso nunca sucederá, pues Ojoloco ha sido el siguiente en caer.

El auror más fuerte, curtido en mil batallas, tenía que ser de los primeros en morir. Con él la Orden aún tenía a alguien que los dirigiera ahora que Dumbledore ya no está, una presencia imponente que daba confianza al resto. Ahora esa figura se ha perdido, y los otros miembros de la Orden tendrán que encontrar la confianza necesaria dentro de ellos mismos.

La pregunta que se hacen todos es cómo sabían los mortífagos que iban a trasladar a Harry esa noche; dado que no sabían lo de los siete Potter, Mundungus, que ideó el plan, está descartado, así que cualquiera de los otros podría ser el traidor. Harry, sin embargo, está seguro de que ninguno de ellos le traicionaría a sabiendas, y realmente es lo único de lo que está seguro ahora mismo. Es lo único que le queda.

La culpa le corroe: la realidad es que todos están haciendo esfuerzos para acomodar sus vidas a su situación, y aunque sabe que lo hacen encantados y él haría lo mismo por ellos, se siente horriblemente mal por ser la causa de tantos problemas, y en gran parte es su razón para querer emprender la búsqueda de los horrocruxes él solo, aun sabiendo que no tiene nada que hacer si no está con sus amigos.

Y para rematar, el encontronazo con Voldemort ha hecho que el villano rebaje sus defensas mentales, con lo que Harry vuelve a percibir sus emociones y a ver lo que él está viendo en momentos de estrés. Aunque sin duda será útil, esta situación puede llegar a ser muy peligrosa. Harry tendrá que averiguar cómo usarla en su beneficio.

Observaciones y curiosidades:
  • En el original, George bromea diciendo que se siente como un santo, jugando con sagrado (holy) agujereado (holey, de hole, "agujero").
  • Efectivamente, fue Mundungus quien propuso el plan, y Snape le indujo el plan mediante magia. Su idea era poder hacer de informante para los mortífagos mientras le daba a la Orden una salida para poder sobrevivir. 

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